6.11.09

briony

era una de esas niñas invadidas por el deseo de poseer al mundo a su antojo. mientras que la habitación de su hermana mayor era un hervidero de libros abiertos, ropa vuelta nudos en el suelo, cama deshecha y ceniceros colmados de ceniza, el suyo era un altar a su demonio del control: los animales plásticos de la granja apoyados en la ventana, todos en el mismo ángulo –mirando hacia su dueña- como a punto de estallar en canto. hasta las gallinas estaban cuidadosamente depositadas en el corral. su habitación era la única ordenada en la casa: las muñecas, perfectamente erguidas, parecían estar bajo estrictas órdenes de no respaldarse en las paredes, las figuritas de pie sobre su tocador -vaqueros, buzos, ratones de cara humana- recordaban, por su formación y espaciamiento, a un ejército ciudadano en espera de instrucciones de algún superior.

ese gusto por las miniaturas revelaba un espíritu ordenado. también la pasión por el secreto: en una cabina de finísima madera, un cajón oculto aparecía al empujar una aldabilla. descansaban ahí un diario asegurado por un cerrojo y un cuaderno escrito en un código de su propia invención. en un cofre de juguete (protegido por una combinación de seis números) guardaba cartas y tarjetas postales. una lata vieja se ocultaba bajo una tabla en el suelo, detrás de su cama. en ella coleccionaba tesoros: una bellota mutante, un hechizo para hacer llover, el ligero cráneo de una ardilla.

pero ni los recónditos cajones, ni el candado de su diario, ni los sistemas cifrados podían hacer que b olvidara la llana verdad: no tenía secretos. su obsesión por un mundo armonioso y ordenado le negaba la posibilidad de una conducta imprudente. el caos y la catástrofe eran demasiado para su gusto, en sus venas no corría la sangre de la crueldad. nada en su vida era lo suficientemente terrible o vergonzoso como para permanecer oculto. es cierto: nadie sabía del cráneo de ardilla que guardaba detrás de su cama. pero también es cierto que a nadie le interesaba saberlo.

2 comentarios:

iz dijo...

She was one of those children possessed by a desire to have the world just so. Whereas her big sister's room was a stew of unclosed books, unfolded clothes, unmade bed, unemptied ashtrays, Briony's was a shrine to her controlling demon: the model farm spread across a deep window ledge consisted of the usual animals, but all facing one way--toward their owner--as if about to break into song, and even the farmyard hens were neatly corralled. In fact, Briony's was the only tidy upstairs room in the house. Her straight-backed dolls in their many-roomed mansion appeared to be under strict instructions not to touch the walls; the various thumb-sized figures to be found standing about her dressing table -cowboys, deep-sea divers, humanoid mice- suggested by their even ranks and spacing a citizen's army awaiting orders.

A taste for the minaiature was one aspect of an orderly spirit. Another was a passion for secrets: in a prized varnished cabinet, a secret drawer was opened by pushing against the grain of a cleverly turned dovetail joint, and here she kept a diary locked by a clasp, and a notebook written in a code of her own invention. In a toy safe opened by six secret numbers she stored letters and postcards. An old tin petty cash box was hidden under a removable floorboard beneath her bed. In the box were treasures that dated back four years, to her ninth birthday when she began collecting: a mutant double acorn, fool's gold, a rainmaking spell bought at a funfair, a squirrel's skull as light as a leaf.

But hidden drawers, lockable diaries and cryptographic systems could not conceal from Briony the simple truth: she had no secrets. Her wish for a harmonious, organized world denied her the reckless possibilities of wrongdoing. Mayhem and destruction were too chaotic for her tastes, and she did not have it in her to be cruel.... Nothing in her life was sufficiently interesting or shameful to merit hiding; no one knew about the squirrel's skull beneath her bed, but no one wanted to know.

-Ian McEwan, Atonement

alonso ruvalcaba dijo...

en realidad las últimas dos líneas me describen a mí.

comensales

gepda

gepda
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