18.10.12

Trufas



i

Contigo conocí el aroma del aceite de trufa. Ese año se puso de moda (¿o será solamente que yo empecé a notarlo?) cocinar con él, especialmente lo usaban los restaurantes con aires de grandeza para aderezar las papas fritas y las hamburguesas. Lo probamos primero en el DF y luego en Nueva York, como si ese olor a bosque espeso nos siguiera los pasos marcando algo que tenía que ver con nosotros. Desde que nos separamos no he querido volver a probarlo. No hay que volver a los lugares en donde estuvo nuestra felicidad.
(Lo mismo pasó con otras cosas: rompí la taza que tenía dibujada una A gigantesca, regalé los discos, olvidé el camino a tu casa. Guardé las fotos porque ésas existen en un tiempo diferente a éste, ajeno a las persona que soy hoy. No tengo derecho a romper eso.)

Es chistosa (con eso quiero decir curiosamente trágica) la manera en que las personas se separan. Si conociéramos el punto donde va a romperse algo podríamos prepararnos, imaginar algún mecanismo de seguridad que nos permita reconocer el tejido enfermo, recortar los bordes. Conservar. Pero es imposible: más bien un día amanece y hay algo ríspido en la luz de la habitación, un cansancio de siglos que no nos deja levantarnos. Las despedidas ocurren sin que nos demos cuenta.

ii

Escribió Porchia que lo que dicen las palabras no dura, lo que dura son las palabras. Las palabras son siempre las mismas: cuerpo, canción, bienvenida, dolor, espejo. Lo que dicen, sin embargo, cambian de una leída a otra. Ésa es su máxima virtud y su máximo defecto.
Durante los dos años que estuvimos juntos leímos muchísimo, compartimos vino, poesía (propia y ajena, con y sin plagio), la cama. Pensamos un futuro con familia, perros y viajes, sanamos heridas del pasado. Abrimos nuevas. Nos escribimos kilómetros de cartas, tarjetas, emails, recaditos enservilletados; desde India, Brasil, África, California. Pero ayer subiste a Internet un poemario con un poema que me escribiste en el que mi nombre está borrado. No es que no haya estado: es que lo borraste. ¿Qué diferencia hay entre pedirme que te regrese los regalos que me diste y quitarle mi nombre a mi poema?

Lo que dicen las palabras no dura, duran las palabras.

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