24.11.14

Una nueva casa


foto de Manuel Velázquez
 
 

Una de las preguntas escuchadas más a menudo en estos días es sobre la diferencia que hay entre el caso de los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa y el resto de los casos, de igual gravedad, que se han visto en México en los últimos años. Hacer un recuento de ellos es acaso una labor imposible. ¿Por dónde empezamos a contar los cadáveres? ¿En qué fosa, al lado de qué camino perdido, excavando dónde? Pareciera que, bajo la superficie, nuestro país está tapizado de muerte. De las muchas imágenes escalofriantes que hemos visto recientemente --un muchacho con la cara desollada, huesos tan chamuscados que no alcanzan a serlo-- algunas de las que más duelen son las de fosas clandestinas, esas agujeros rebosantes de vidas perdidas. Muertos cuyas familias no pudieron siquiera enterrar sus restos.

Son tiempos de profundo dolor para los mexicanos, pero también de profunda reflexión. A mi alrededor, amigos que no se involucra habitualmente en política se han unido de un modo u otro a las protestas por el secuestro y asesinato de los normalistas. La indignación se ha manifestado de diferentes maneras, todas ellas válidas: cada quien hace lo que puede desde su trinchera. Ante horrores como Ayotzinapa (o Aguas Blancas, o San Fernando, o Acteal) las preguntas rebasan por mucho cualquier especialización. Son temas que nos conciernen a todos porque a todos nos quiebran: los "malosos" de Calderón no están en esa dimensión distinta en la que los hemos puesto por años. Los jóvenes, casi niños, cuyo testimonio presentó Murillo Karam en la conferencia de prensa de hace algunas semanas también son víctimas de sus circunstancias, de su propia falta de oportunidades.

Ayotzinapa somos todos porque todos sentimos en el alma la rabia de esas vidas perdidas, pero lo somos también en un sentido más amplio: cargamos con la responsabilidad de lo que está sucediendo. No hablo solamente de la culpabilidad que, podría argumentarse, hay en dar una mordida o fumar un porro: éstas son pequeñas decisiones personales que, si bien representan un conflicto moral, no tienen el alcance que muchos les atribuyen. Hablo por mí: lamento que haya tenido que pasar tanto tiempo, tanta muerte, para llegar a sentirme así. La facilidad con la que he podido dejar de pensar en noticias y fotos que en su momento me han helado la sangre. Tengo la culpa de quien voltea para otro lado.  

Pero algo está cambiando. Me revienta que en mi país haya quien secuestre, torture y asesine a 43 jóvenes inocentes. Pero también estoy orgullosa, esperanzada por la cantidad de personas que, en México y el extranjero, han manifestado su indignación y hartazgo. Lo dijo Juan Villoro hace unos días en una plática que dio en la Universidad de la Ciudad de Nueva York: lo que importa de este movimiento es que, más allá de partidos políticos y agendas personales, se está formando una república afectiva. El dolor de padres y madres de los muchachos de Ayotzinapa, esos gigantes que nos han dado a todos un ejemplo de entereza y dignidad,  ha sido nuestro espejo. ¿Puede este impulso de empatía derivar en formas de participación que cimbren y transformen al Estado mexicano? No se trata exclusivamente de exigir renuncias, la ineptitud de muchos de los políticos que nos gobiernan es resultado de un sistema roto. El tema de fondo es institucional, hay que buscar mecanismos para asegurar que quienes lleguen al poder estén comprometidos con la gente que los eligió y no con el partido del que depende su futuro profesional.

Una de las frases más hermosas de las muchas que han surgido en estas semanas es “Quisieron enterrarnos, pero no sabían que éramos semilla”. La pregunta con la que abrí esta nota tiene que ver con eso: Ayotzinapa importa por semilla, porque desató algo. Es evidente que estamos viviendo una transformación, pero no existen fórmulas mágicas: para lograr respuestas hay que empezar por formular las preguntas. No basta con sacar la basura y pintar las paredes. Tenemos que construir una nueva casa. Un hogar por los 43 que se han roto.

 

20 comentarios:

Anónimo dijo...

"El tema de fondo es institucional, hay que buscar mecanismos para asegurar que quienes lleguen al poder estén comprometidos con la gente que los eligió y no con el partido del que depende su futuro profesional"

Hay que buscar mecanismos para obtener la paz mundial.

Hay que buscar mecanismos para que todo salga bien.

La ingenuidad de este texto es desconcertante.

iz dijo...

Hola, anónimo.

A pesar de que no entiendo el objetivo de usar un tono de burla en tu comentario, comprendo que el texto te haya causado la impresión de ser ingenuo. Tal vez lo sea. Lamento tener solamente ideas sueltas y no soluciones más acertadas y al punto.

Por otro lado, tampoco me parece que la actitud más beneficiosa sea de pesimismo radical, decir que todo está del carajo (que lo está) no aporta mucho.

Por eso creo que es un buen momento para pensar (y por pensar quiero decir conversar, discutir) en esos mecanismos de transformación. Por ejemplo, permitir la reeleeción legislativa consecutiva, fortelecer órganos de vigilancia a la función pública, etc.

Si tú tienes ideas menos ingenuas, sería buenísimo que me dejaras conocerlas.

¡Gracias por leer!

@exquicito dijo...

Desde el caso Tlatlaya yo tengo ese mismo sentimiento ¿hacia dónde
estábamos volteando TODOS? Hasta lo sucedido a los normalistas las palabras muertos y desaparecidos habían perdido su sentido real entre nosotros. Todos ellos (los de todas las tumbas clandestinas) tienen un rostro, un nombre y sobretodo seres queridos. Cuando me enteré de la noticia de Ayotzinapa, estaba con mi sobrino. Tiene el mismo tiempo de vida que lo que llevan de muertos los niños de la guardería ABC. ¿Y si él hubiera sido uno de los niños quemados? ¿ Y si fuera uno de los desaparecidos? ¿o uno de los masacrados? Y luego pensé ¿y si fuera uno de los raptores, de los asesinos? ¿Qué diferencia hay entre el policía que se corrompe por dinero, el político que acepta "donaciones" a cambio de proyectos o aquellos que cambian su voto por una playera o un refresco? La solución va más allá de quitar a unos y poner a otros. Siempre es más fácil encontrar culpables que buscar una solución. Hemos permitido que suceda caso tras caso con diferentes personajes y partidos, y no reaccionamos. Y ese ha sido nuestro mayor error.

iz dijo...

Estoy igual, Exquicito. Tal vez es por eso que tengo un poquito de esperanza, siento que algo se está moviendo y que más y más gente se va dando cuenta de estas cosas.

Espero.

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